Risas que no se venden
Buscaba una fuente como un desesperado, no acostumbro a llevar agua. Cuando la divisé en una pequeña placita, me abalancé sobre ella, puse la boca debajo y sentí un gran placer al notar el frescor del agua recorriéndome. Así estaba yo, ensimismado, cuando escuché lo que me llamó la atención, unas enormes risotadas francas, sonoras, libres, con música de amistad. Enseguida orienté mi oído y mi vista, mi primer sentido funciona mejor que el segundo, así que caminé por la calle de las risas (...)