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Relatos veraniegos

La Vega floreció gracias a un sueco de origen irlandés, a un agricultor de Purchil y a un exiliado de Alhendín.

Cuando la Vega vivía tiempos difíciles. Erik Ferguson, sueco de origen irlandés, Juan Guirnaldos, exiliado de Alhendín, y Fernando, agricultor de Purchil son los protagonistas del florecimiento de la Vega. Y es que los tomates de Fernando... ¡Eran muy feos, pero estaban muy güenos!

Paco Cáceres

La Vega había vivido altibajos a lo largo de su historia.; tras cada periodo de esplendor venía una época oscura que desaparecía con la siembra de un nuevo cultivo milagro. Así había sido siempre, pero desde los años setenta del pasado siglo una fiebre constructora fue destruyendo ricos suelos de Vega. El hormigón, que se iba a convertir en monocultivo excluyente, pintaba un panorama sombrío y sin claras alternativas. Agricultores, plataformas ciudadanas y algún que otro ayuntamiento quisieron sacar a la Vega del letargo, pero chocaban con la desidia, la falta de sensibilidad y la mediocridad de las administraciones y de los políticos. Por otra parte, los oráculos que consultaban a los mercados llegaron con un veredicto claro; “La agricultura no sirve para nada. Los agricultores son la prehistoria. Sólo sobrevivirán los terratenientes”.

Mal estaban las cosas. Nadie podía esperar que en aquella situación la Vega tuviera salvación, y menos que ésta viniera de manos de un sueco de origen irlandés, Eric Ferguson, amante de las aventuras y del ecoturismo y muy popular en su país de adopción por el fino olfato que demostró para eso de los negocios.

Juan Guirnaldos, Erik Ferguson y las historias de la Vega

¿Cómo consiguió el sueco que la Vega despegara? Prestad atención; os contamos la historia. Eric, influenciado por las historias que le contaba Juan Guirnaldos, quiso recorrer la Vega de Granada. Juan era un nativo de Alhendín que harto de aguantar a Franco se afincó en los años cincuenta en Estocolmo. Eso sí, siempre llevó la Vega a cuestas; era su tema favorito. Eric conoció a Juan en una taberna irlandesa de un barrio de la capital sueca y pronto entablaron amistad. Las lecturas de cuentos moriscos, de los viajeros románticos y de historias de la Vega en las largas noches de invierno alimentaron en Eric una idea de la Vega demasiado idealizada. Ni qué decir tiene que influía en ello el hecho de que Juan, que hizo teatro en sus años mozos, poseyera una magia comunicativa innata y gran facilidad en eso de las artes interpretativas.

Cuando Juan le hablaba de las huertas de Alhendín, Eric imaginaba los altos maizales, las papas con olor a tierra, las tomateras dejando unos olores mañaneros embriagadores, las habas… o si le hablaba de caminos se veía por las feraces huertas de La Zubia, Dílar, Gójar o incluso Fuente Vaqueros, El Jau o Pedro Ruiz. Era capaz de sentir el frescor de las grandes alamedas, el olor de los higos maduros y la luz colándose entre frutales de todo tipo. La sensual Vega tenía hermosos colores, sabores, olores y cantos de pájaros, infinidad de cantos de pájaros. También podía imaginar los parajes de la Zubia, Gójar, Dílar o Monachil, allá donde la vega y la montaña se daban la mano, donde los ríos se iban apaciguando para entrar en acequias, ramales e hijuelas y regar las feraces tierras llenas de nogales, caquis, cerezos, manzanos, ciruelos… El verdor de la vegetación y el frescor del agua. Y siempre, más arriba, las alturas blancas de Sierra Nevada. ¡Qué pasión por la Vega transmitió Juan a Erik!

Juan ponía final a la magia de sus relatos cuando Eric hacía visible su emoción con unas lágrimas corriendo por sus mejillas. A continuación, invariablemente, siempre se sucedía el mismo ritual; Juan abría el grifo del tonelillo y llenaba dos vasos de un extraordinario vino mosto que cada año le mandaba su amigo Paco de Cónchar Lógicamente, tratándose de un granadino, la tapa no faltaba. Unas veces un plato con unas lonchas de buen jamón alpujarreño que un antiguo cartero de Juviles le mandaba a través de la familia, otras morcilla de cebolla de buenas matanzas del Valle de Lecrín. Siempre, el cerdo presentado en mil formas acompañaba al vinillo. ”Esto es gloria bendita” solía decir Juan cuando después del último sorbo pulsaba el cassete; unas veces con una cinta de José Menese, otras El Cabrero, Morente o la guitarra de Paco de Lucía. También, invariablemente, cuando se servía el tercer o cuarto vinillo y pinchaba una loncha de jamón con su afilada navaja, mascullaba entre los labios la nostalgia; “si no estuviera Franco... ¡Ay mi vega!”. Siempre igual. Bueno, algo cambió, al morir Franco empezó a mascullar entre amargura; “ya es tarde...ya es tarde para volver”.

Erik visita la Vega de Granada y se aloja en el Cortijo del Pino

Con este escenario cualquiera se hubiera enamorado de la Vega y hubiera sentido un enorme deseo de visitarla. También Eric, que una mañana de junio se vio pisando suelo de Alhendín. Su sueño se hacía realidad, pero unas horas más tarde, después de pasear y pasear quedó un poco frustrado; allí había construcciones a mansalva, hazas abandonadas, acequias tapadas... la Vega que le había narrado Juan sólo existía ya en su cabeza. ¡Qué decepción! Su primer intento fue hacer lo que hace cualquier turista; ir a ver la Alhambra y el Albayzín y volverse a Suecia, pero algo le llamó la atención haciéndole cambiar de parecer ; unas pintadas en un muro decían; “Mi Vega, verde que te quiero verde” “Salvemos la Vega del gris”. Aquello le hizo pensar que en aquel territorio tendrían que haber otros Juanes como el que él conocía que sintieran la Vega. ¡Tenía que conocerlos! Preguntó por aquí y por allá, y no sin dificultades logró conectar con una asociación ecologista y posteriormente con una Plataforma que operaba en la zona. De esta forma Eric conoció a ciudadanos y agricultores de la comarca y decidió recorrer la Vega palmo a palmo. Para ello se quedó en el alojamiento rural del Cortijo del Pino de Churriana, del que se quedó profundamente enamorado, y desde allí montó excursiones que fueron desde Loja hasta las faldas de la Sierra. Erik vio una vega llena de esperanza.

Un hecho histórico. Erik come los tomates de Fernando

Hay que decir que el encuentro fue una bendición, pero el golpe de suerte que cambiaría el destino de la Vega ocurrió de esta manera. Estaba Fernando, agricultor de Purchil, hablando con Eric a la sombra de un gran nogal que hay cerca del puente francés del pueblo cuando se levantó y dijo; “Bueno, me voy, que tengo que regar mis tomates”. Eric que no tenía nada que hacer le preguntó; ·”Fenaldo yo acompañón a ti para ver tomatos”. Y este simple hecho iba a fraguar el cambio de destino de nuestra querida Vega de Granada

Ya en la haza, mientras regaba Fernando, Eric miró los tomates y exclamó:

 Fenaldo tomatos very feos

Fernando cogió un tomate, sacó su navaja, lo partió en dos y enseñándoselo al sueco le dijo;

 Sí, Eric, mis tomates son feos

Y llevándose a la boca una parte ofreció la otra al sueco mientras exclamaba; “¡Pero qué güenos están!”

El sueco al masticar aquello y estallar los jugos dentro sintió un intenso baño de placer que envolvía su lengua por arriba y por abajo, el cielo de la boca, las encías y las proximidades de la campanilla. Era tal la sensación que no quería tragarlo, y para disfrutarlo le dio más vueltas en la boca que una volaera, pero cuando lo empujó hacia su estómago sintió milímetro a milímetro todo el recorrido de ese jugo de dioses. Jamás en la vida había sentido tal sensación comiéndose algo. Miró a Fernando muy agradecido y le dijo:

 ¿Fenaldo, otro tomato yo comer?

 Cómete los que quieras. Si te gustan con sal, al lado de aquella piedra, metido en un botecillo tengo una poca.

Eric se sentó en la piedra y uno tras otro se comió once tomates. Su cara reflejaba tal felicidad que más que de la vega parecieran ser tomates del paraíso. Cuando acabó y mientras se relamía, se puso en pie, se dirigió a Fernando y dándole un fuerte abrazo le dijo

 ¡Fenaldo, tomatos no son tomatos! ¡Son gloria bendita! ¿Dónde compran tomatos así?

 ¡Qué va hombre! Estos tomates nos lo comemos mi mujer, mis hijos, yo y algunos amigos y familia que les llevo, pero éstos no se venden; no ves que son muy feos.

Al otro día, por la tarde, Eric apareció en Purchil buscando a Fernando por todas partes. Cuando lo encontró le pidió irse a su haza de tomates. Allí, sentados bajo la sombra de un fresno de más de cien años de antigüedad sacó una garrafa de vino, un jamón y unos vasillos de plástico y empezaron a beber. Eric le explicó a Fernando que cuando se fue de Purchil el día anterior viajó a Cónchar a comprar un vino mosto como el que su amigo Juan bebía en Suecia, y por la mañana temprano viajó hasta Juviles buscando al antiguo cartero al que compró un jamón de los buenos.

 Tus tomatos querer bon vino y bon yamón.

Erik propone a Fernando vender sus tomates en Suecia

Y entre tomates con sal y aceite de oliva, jamón y vino mosto fue como Eric le propuso a Fernando vender sus tomates en Suecia. Si Fernando aseguraba una buena producción, sembrando todos los marjales que pudiera, él podría venderlos todos en Suecia. Eric se los compraría a muy buen precio e incluso le daría un pago por adelantado para que pudiera afrontar los costes de producción. Y vinillo va, vinillo viene, tomate que se abre y loncha de jamón que se coge, Fernando explicó a Eric que las semillas que daban aquellos tomates, la forma de sembrarlos, los rituales que se seguían y otras muchas cosas fueron herencia de sus antepasados. “Así lo hacían mis bisabuelos, y antes aún, mis abuelos, mis padres, yo… Cada generación le hemos aportado algo de nuestra sabiduría, por eso, los tomates se mejoran con los años”. Lo mismo que hacía con los tomates lo hacía con los demás cultivos que consumía. El sol del atardecer se colaba por las ramas bajas de un nogal de amplia copa allá por el oeste. Fernando le confesó a Eric; “Con la agresividad de lo moderno, conservar esa tradición fue muy difícil, hubo gente que se reía de mí, otros me dijeron que estaba loco. Pero no estoy solo, otros agricultores también conservaron las enseñanzas antiguas y sobrevivieron a eso que llaman progreso”.

Y fue gracias a ese hecho como iba a cambiar el signo de la Vega. Los tomates y otras hortalizas de Fernando se vendieron como rosquillas en Suecia. No solo de Fernando, muchos agricultores, también sembraron cultivos tradicionales ante tanta demanda.

Un golpe de suerte “guapo y malo frente a feo y bueno”

Hay que decir que fue otro golpe de suerte, aparte de la calidad del producto, lo que hizo que se hicieran tan populares en el país nórdico. En grandes vallas publicitarias se veía un tomate entero junto a otro partido por mitad todo rojo, lleno de carne de tomate y derramando jugos. Entre los dos se podía leer ¡Tomates, qué feos son, pero qué buenos están! Y decimos que fue un golpe de suerte porque unas semanas antes detuvieron en Estocolmo a un delincuente que había torturado a decenas de personas mientras les robaba. El hecho hubiera pasado medio desapercibido si no hubiera sido porque el delincuente en cuestión había sido coronado unos años antes como “Mister Suecia” El programa más popular de la televisión pública sueca, dirigido por un presentador con mucho prestigio, había titulado su detención así; “¡Qué guapo, pero qué malo!” Aquello había golpeado a la conciencia de los suecos y en el subconsciente se había instalado la idea de que se puede ser guapo por fuera pero muy malo por dentro. “Cómo engañan las apariencias!” solía comentar la gente. ¿Y no podía ser al revés; feo y bueno…? Y en esto llegaron los tomates, que como ya sabréis, eran así; feos por fuera y buenos por dentro. Arrasaron; sencillamente arrasaron. La gente empezó a consumirlos, y una vez que aquellos jugos penetraban en su boca, sentían tal sensación de placer que ya no podían dejar de comerlos. Lo mismo ocurría con otros productos de las huertas granadinas.

Y así, así fue como los tomates de la Vega se hicieron famosos en Suecia y se extendieron posteriormente por toda Europa y resto del mundo. Ante este éxito los propios granadinos volvieron la vista a algo que tenían tan cercano, cultivado con técnicas tradicionales y ecológicas. Así, de esta forma, la Vega vivió un periodo de prosperidad. Por razones ambientales, se exportó mucho menos y se consumió mucho más en los mercados locales y de los alrededores. Eso sí, a Suecia le daba igual la cuestión ambiental, se habían acostumbrado a comerlos y no quisieron prescindir de ellos. Es más, el turismo sueco en Granada se multiplicó desde entonces.

Erik, Juan, Fernando y Pepe comparten mesa y charla

Erik Ferguson y Juan Guirnaldos¡. Ahora era Juan el que escuchaba las historias de Vega, de sus agricultores, de sus defensores, de su futuro, de sus esperanzas. Un buen vino, un buen jamón, unos cd de flamenco y una buena pipirrana o tomates partidos por mitad con un poco de sal. En una ocasión Juan lloro como un niño. Fue cuando Fernando, el agricultor de Purchil al que le hicieron un homenaje en Suecia (nunca se lo habían hecho en Granada) compartió vino y manjares, música y charla, si bien fue el agricultor el que tuvo que contar muchas vivencias ante las muchas preguntas que le hacían Erik y Juan. También compartía mesa un tal Pepe García “El Largo”, ecologista granadino con el que Erik había montado una asociación gastronómica internacional y que se encargaba de difundir recetas y buenos platos de la Vega de Granada y de una región de Suecia de cuyo nombre no me acuerdo.

¿Qué paso después?

¿Cómo cambió la Vega y Granada en esta época de esplendor? ¿Cómo cambió el discurso de los políticos? ¿Cómo fue el florecimiento cultural? ¿Escucharon hablar del cantaor flamenco “El Niño de la Vega”? ¿Volvería alguna vez Juan Guirnaldos a la Vega…? Bueno, pues eso lo dejamos para otro día; por hoy es bastante.

Por Correos de la Vega

El Martes 10 de agosto de 2010

Actualizado el 19 de agosto de 2020