Paco Cáceres
Erase un río, que como todos los ríos, cada año arrastraba tierra que después depositaba en sus bordes más abajo; mientras tanto las semillas, con las alas del viento se quedaban a vivir donde el río había dejado la tierra. También el río llevaba semillas que habían caído a sus aguas más arriba.
Al llegar la primavera, comenzaban a nacer plantas y árboles... Y el río sonreía. Miraba a un lado y otro y exclamaba con orgullo; “¡Esta es mi obra!” “¡Doy vida...!”
Así era, daba vida en sus bordes y, a través de las acequias, en toda la Vega que recorría zigzageante de este a oeste.
Pero un día, los responsables de las aguas dijeron: “¡El río es un peligro!” “¡En sus orillas crecen árboles y en caso de crecida, pueden taponar el río y provocar inundaciones!” Y entonces, firmaron órdenes para que después de los veranos, entraran máquinas y quitaran todos los árboles y plantas que había a su paso por la ciudad.
Los ecologistas, personas que amaban la naturaleza, decían, “¡Qué barbaridad!” “Arrancan todo lo que crea el río con sus aguas!”
Los técnicos decían: “¡Es un peligro!” Y los ecologistas decían; “¿Y cómo en Centroeuropa que llueve mucho más y los ríos son más caudalosos, conservan siempre algo de vegetación?” “No decimos que no se hagan trabajos para que se controle la vegetación, ¡pero dejarlo como si fuera un canal!”. “!Nada, nada, vosotros no entendéis de eso!”
Lo que más le indignaba al río es que decían; “Vamos a hacer limpieza del río” Y lo que menos importaban eran los plásticos, las botellas, los escombros... No, en lo que ponían todo su empeño era en que no creciera ni una mata de hierba, ni un arbolillo. “Yo venga a trabajar todo el año, y ellos venga a destruir mi obra” “¡No es limpieza, es destrucción de los ecosistemas que creo!” gritaba el río con indignación.
Y añadía. “Y sin embargo todas las hierbas secas que hay río arriba las dejan”. “Casi todos los años hay incendios”, “¡Y en vez de quitar lo seco, quitan lo verde!”
Cada año el mismo ritual. El río crea, la administración destruye. Una de las cosas que también indignaba al río es que mucha gente paseaba por allí y nadie soltaba ni tan siquiera una exclamación de rabia. “¡Es que no ven que como estoy bonito es cuando en mis orillas crecen árboles y toda clase de animales me visitan!” “¿No ven los frutos, las sombras y mi canto permanente?” “¿No ven las sombras que se crean, los mil colores, las almecinas, las majoletas, las moras...” “¿No tienen ojos?”
Y el río siguió su curso, aunque personas que saben leer su lenguaje dicen que cuando atraviesa la ciudad, lo hace cabizbajo; sólo sonríe cuando toman su agua las acequias para llevarla a la vega y llenarla de colores, sabores, cantos y belleza. Quien ama el río dice que le ha escuchado en muchas ocasiones; “no quiero irme al mar, quiero quedarme en la Vega, dar riqueza e irme después a descansar abajo, a lo que llaman acuífero”.
¡Ay! ¡Este río y las afluentes que le llevan el agua es que son muy granaínos... Y los granaínos que permiten tantos los atentados contra los ríos son muy...
“malafollaaaaaaaaaaaaaas”, exclamó con su rumor el río... Eso sí, bajito, muy bajito, no sea que vengan con más máquinas... “Eso”, dijo el río como en un susurro; “¡Vayanos a pollas!”
Lo dicho, un río muy granaíno.